El Grito (es)

Una carta que explica la herida que traen consigo las nuevas generaciones, la terrible responsabilidad de los adultos, y qué tiene que ver Dante con unos y con otros.

Hola Franco,

Después de todo vosotros teníais el dialecto… mi madre me regañaba en dialecto y las cosas más verdaderas sobre sí misma las dice en dialecto.
Vosotros vivíais en dialecto y os habéis adaptado al italiano. Yo me expreso en italiano, digo las cosas en italiano, pero no vivo en italiano, al menos no tan bien como vosotros en dialecto.

Puede parecer complicado, pero intento explicártelo: Guareschi decía conocer muy pocas palabras, pero con ellas conseguía decir todo aquello que necesitaba comunicar. En el colegio nos han apabullado con Dante, Petrarca, Foscolo, Leopardi, Manzoni, Pascoli, con las figuras retóricas, con expresarse como es debido etc.
Pero la cuestión es la siguiente: es cierto que hay que saber expresarse debidamente, pero sobre todo hay que tener algo que decir, hay que poder comunicar una esperanza verdadera.
En la escuela, desde que los niños son pequeños, se inventan mil modos para que puedan expresarse: el teatro, la danza, la pintura, la informática, el deporte, la música, los caballos. Además, todas estas cosas se adaptan a cada nivel: a los coeficientes normales (que llego a pensar que son los peor parados), a los discapacitados, a los TA, a los autistas, a los autistas con alto no sé qué, a todas las diferencias más o menos patológicas. Hay para todos, mayores y pequeños.
¿Y para los que realmente no están bien? Están los psiquiatras, los psicólogos, los psicoterapeutas infantiles y no infantiles, los neurólogos, los de terapia ocupacional, los profesores especializados en cualquier patología. Y además está internet: blogs donde poder desahogarse, compartir pensamientos, exponer las propias creaciones.
Es un mundo maravilloso, donde hay un lugar para todos. También la Iglesia se está adaptando: recorridos vocacionales de todo género, cursos y más cursos, call center, grupos de oración de cualquier tipo. ¡Todos se han adaptado!

Yo no. Yo he nacido desadaptado. Y me da rabia saber que hay un montón de gente que crearía aposta para mí una forma con la cual poder expresarme. Todo está muy bien, de verdad, es bonito, es bonito esto de expresar una identidad, pero me asalta una duda que me hace enfadar: ¿y si yo no quisiera esto? ¿Y si lo que necesito es escuchar? ¿Y si no necesitase expresarme, si me diese igual tener que expresarme, croar como una rana en un estanque con otras ranas, y lo que de verdad necesitase es una esperanza? ¿A dónde voy? ¿Y si lo único que quisiese fuera la Verdad?

El problema es la esperanza.
Además, un modo para poder expresarla lo encuentro seguro, díselo a los profesores y docentes que enseñan de todo menos la esperanza. Una forma de expresarla la puedo encontrar y aprender.
No digo que no haya quien proporcione esperanza, puedes tener toda la esperanza que quieras, con la condición de que no sea verdadera.

He oído a demasiados profesores y padres decirse: «Estos chicos ya no desean nada, no se apasionan con nada, la belleza ya no les cautiva…».
La pregunta que estos profesores deberían hacerse, querido Franco, no es por qué parece que nosotros los jóvenes de hoy no deseamos nada, o cómo podemos expresar nuestra identidad, sino qué esperanza tienen ellos. Porque los chavales asimilan esa esperanza como si fuese el maná caído del cielo, como el aire, aunque parezca que les da igual.

Y los hombres jóvenes basarán su identidad adulta en esta esperanza que hayan podido respirar. Pero la esperanza tiene que ser verdadera.

Que dejen, por favor, de intentar fascinar o atormentar a sus estudiantes, a sus aprendices, a sus hijos. Que vivan su esperanza y la muestren al mundo en las cosas que hacen. ¡Que estén dispuestos a vivir por ella!

Su esperanza, si es verdadera, fascinará por sí misma, pero tiene que ser verdadera, y realmente vivida. Tiene que ser verdadera como la de mi abuelo que, durante la guerra, había sido náufrago en el mar durante dos días y dos noches, pues los ingleses habían hundido su nave. Vio morir de una forma terrible a muchos de sus compañeros, salvándose él y trayendo consigo la angustia y el trauma de aquellos días. Y que, sin psicólogos o maestros de la expresividad, formó una familia, enseñó a amar, y a «hacer las cosas con los siete sacramentos», como le gustaba decir. O bien mi abuela, que con 8 años ya tenía joroba, que vio pasar la muerte por las calles durante la guerra, que levantó su propio negocio, donde trabajó con sacrificio hasta la vejez. Mi abuelita, menudita menudita, a la que vi levantar 70 kilos a la espalda, y que nos enseñaba cuando éramos pequeños a matar las serpientes del jardín.

Se dejó conquistar por mi abuelo, que iba siempre a verla al pueblo con la máquina de hacer helados, y la cortejaba con eso. Pasados tres meses se casaron y han estado juntos toda la vida entre Alzheimer, sacrificios y problemas. ¿Entiendes Franco?
Mi abuelo expresaba su amor con la máquina de los helados, y mi abuela, que era dura como el mármol, pero tenía la inteligencia de un ángel, se casó con él. Punto. Se casó con él en dialecto, se casó con él con una esperanza dentro. Porque el dialecto de mi abuela tenía algo que decir, tenía una esperanza. Yo no me caso ni en arameo, ni en esperanto ni en serbocroata, ni con todos los textos de Freud y compañía, las enciclopedias y las artes, cómodamente disponibles en cualquier formato imaginable. Estoy seguro de que, si Dante hubiese conocido mi abuela, habría hablado con ella amablemente del huerto y del negocio, y si hubiesen comentado sus viajes al Infierno, al Purgatorio y al Paraíso, Dante habría dicho: “tel se anca ti Maria, il Signur veed e pruveed” (“Lo ves tú también María, el Señor ve y provee”), y mi abuela habría entendido todo en aquella frase. Porque mi abuela hablaba la lengua de Dante, vivía la lengua de Dante, aunque había aprendido el italiano en el colegio y hablaba en dialecto.

Le pregunté a un psiquiatra por qué yo no podía ser así y él me respondió: ellos non estaban enfermos, tú sí.
Quizás sea verdad… pero esto de necesitar la esperanza no es algo que me afecte solo a mí, sino que es el mal de mi generación: que ya no vivimos en dialecto, y ni siquiera en italiano, como Dante o Leopardi. El problema crucial que genera todo es

justamente la falta de esperanza. Nos han ayudado a lo mejor de muchas formas, pero nos han dicho siempre: «Qué le vas a hacer, es así, el mundo va de mal en peor, si lo piensas vas a estar mal. Pero para compensar puedes expresarte como quieras».
Y de esta forma podemos tener esperanza en todo y en lo contrario de todo, podemos saber todo pero también lo contrario de todo, las cosas pueden ser o no ser simultáneamente; se puede amar y después dejar de amar, se puede cambiar todo, se puede hacer todo, con la condición de que no haya nada realmente cierto.

Solo la muerte, esa no la podemos cambiar.
Hemos acabado a una distancia abismal de la esperanza sencilla con la que vivían mis abuelos. Lo que mi abuela habría entendido de aquella frase en dialecto nosotros ya no lo entendemos.
Una vez te dije que nos habían quitado la realidad, la esperanza encarnada en la realidad, y nos habían dejado solos con nuestros pensamientos. Hoy añado que nos han negado el permiso también para llorar.
Lamentarse está permitido, quejarse es fisiológico, pero llorar porque no se tiene esperanza suficiente es algo que hay que curar completamente, que evitar a toda costa, es algo que está mal, es algo enfermo. Puedes hacerlo durante un tiempo, cuando eres pequeño, pero está altamente desaconsejado porque luego tienes que crecer y pensar en las cosas serias. Hace falta “concretar”. Nos han quitado el permiso de existir por aquello que somos.
Podemos realizarnos emotiva y profesionalmente, pero no podemos existir verdaderamente como necesitados de esperanza. Las chicas son demasiado delgadas o demasiado gordas, demasiado altas o demasiado bajas, los padres demasiado aprensivos o demasiado liberales, los chicos demasiado inseguros o demasiado narcisistas. Somos todos demasiado o demasiado poco. ¿Y si todos estuviésemos simplemente necesitados de esperanza?
Pero el crucifijo es siempre el crucifijo, y aunque ahora hable en italiano, y una vez hablase en dialecto a mi abuela, llama. Yo tengo cada vez más claro que llama con una voz potente. Y creo que una de las formas más potentes con la cual llama el crucifijo es a través de la enfermedad mental. Las personas sanas de mente, equilibradas, que sabes gestionar las propias emociones, pueden llegar a dejar de pensar en un momento dado. Pueden estar tranquilas, conocer a una buena chica y encontrar un buen trabajo. Pueden hacer un buen recorrido de realización personal. Pueden olvidarse de no poseer nada que sea cierto, gestionar esta conciencia, rendirse.
El enfermo mental no. Yo estoy convencido de que Jesús llama a nuestra generación a través de la enfermedad mental. No nos manda él la enfermedad, de esto no cabe duda, pero nos llama a Sí a través de ella. Porque el neurótico, el que sufre mentalmente, el trastornado, sufre, a causa de su enfermedad, una necesidad fisiológica, incontenible, de la Verdad y de la Esperanza.
El que sufre en general, pero sobretodo el que sufre mentalmente, tiene una necesidad fisiológica de algo que pueda sostenerlo, que dé sentido a su sufrimiento y a su persona, que lo ayude a distinguir lo verdadero de lo falso. El neurótico no se puede tumbar tranquilamente en el sofá, no puede ir a trabajar como una persona adulta y responsable. El trastornado mental necesita saber el sentido de las cosas, lo necesita de forma irreprimible.
Incluso cuando quiere olvidarse, cuando quiere negarlo, sufre. Necesita la Verdad. Necesita a alguien que lo saque de su selva oscura y le muestre «El amor que mueve el

Sol y las estrellas». Necesita a aquel hombre en la cruz, el único que puede decir: «Yo hago nuevas todas las cosas; yo soy el camino, la verdad y la vida”. (Bueno, además, tú me conoces y lo sabes, los médicos son fundamentales e importantísimos. Es preciso que los enfermos vayan a ver a un médico, pues si no sucederá como a tantos otros chicos hijos de personas muy religiosas, que en vez de llevarles al médico, les mandan a distintas catequesis, porque la cuestión es «estar en la realidad», «adherirse a la propuesta», «cumplir los gestos» … Algunos médicos merecen un monumento. A otros habría que dispararles).

La neurosis y la psicosis son enfermedades que inciden en la conciencia, que te arrancan del mundo y de las relaciones, pero que te hacen desear como uno desea respirar, lo quiera o no, consciente o inconscientemente.
Yo, como neurótico, tengo necesito solo que exista un designio superior, un sentido y un camino religioso que pueda darme respuestas sobre la vida y la muerte. Mi neurosis no cesa nunca. No me pacifica el hecho de creer en algo. Yo necesito a ese hombre- Dios que dice «Yo soy el camino, la verdad y la vida» y que dice «yo estoy contigo hasta el final», porque ni siquiera yo estoy conmigo hasta el final.

Suelo decir: no sé dónde estoy, no sé qué estoy haciendo, ¿todavía existo? ¿Estoy amando verdaderamente a esta chica? ¿Estoy realmente haciendo el bien? ¿Cómo le pido una bebida a la camarera? ¿Cómo hago para poder salir de casa hoy? ¿Por qué me ha dejado mi novia? ¿Por qué no soy capaz de limpiar los cristales? Sedadme, no entiendo, ¿por qué soy así?

Al final, el grito de cada uno de nosotros, los enfermos mentales, es: necesito el camino, necesito la verdad, ¡necesito la vida! ¡Y nadie puede quitarnos este grito! Porque necesitamos realmente tener que ver con la Verdad, necesitamos hacer el amor con la Verdad, comer con la Verdad, necesitamos que sea la Verdad la que nos tome de la mano. Implacablemente. No necesitamos siquiera milagros o hechos extraordinarios, necesitamos la compañía de la Verdad. De una Verdad real, como la de la abuela. Además de esto, son absolutamente necesarios los tratamientos, las medicinas, las terapias.

Necesitamos que Dios venga a aferrarnos en nuestra enfermedad y nos hable. Qué más da si creemos o no, lo que necesitamos es ver que Dios cree en nosotros y viene a abrazarnos.
Fisiológicamente no podemos dejar de hacernos preguntas, y Dios, que no es tonto, no sé cómo, se manifestará ante nosotros de modo que podamos conocerlo.
Porque nos hacen creer que Jesús era como un juez, o un asistente social con pocas luces. ¿Podemos abolir la catequesis, por favor? Soy consciente de que hablo desde la condición de enfermo. Ciertamente, la enfermedad es un mal asunto, una cruz que no deseo a nadie. Pero lo que sí deseo a todos es que estén enamorados, necesitados de la verdad hasta el punto de sufrir cuando uno no la encuentra.
¿Entiendes lo que quiero decir Franco? Tal vez Dios está llamando a Sí a Occidente, a Italia y su cultura a través de la herida mental. Porque esta no es otra cosa que el grito de todos, sean o no conscientes de ello.
Nosotros los trastornados, trastornados de verdad, no somos ni poetas ni santos, sino hombres que inevitablemente viven el punto vivo del diálogo entre Dios y el hombre, o sea, entre Dios y la cultura. La enfermedad mental pide insistentemente a Dios que se encarne, que se haga verdaderamente presente. Y Dios pide insistentemente a los enfermos como yo que lo busquemos. En nuestra fragilidad y torpeza.

Tu don Giussani decía: «El protagonista de la historia es el corazón del hombre mendigo de Cristo, y Cristo mendigo del corazón del hombre».
San Agustín decía: «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». Mi abuela decía: «Aiutati che il ciel ti aiuta», que traducido al italiano corriente sería: estate tranquilo, intenta quererte a ti mismo, aceptarte, y hacerlo con los demás, trata de esforzarte en la medida en que puedas, que el cielo, los santos, Dios mismo, se mueven todos por ti (como por Dante) ya aquí, en la Tierra.

Yo estoy en ello, trato de estar tranquilo, poniendo todo en juego, digo: «Señor, no sé ni qué decirte, ni siquiera sé pensar correctamente. ¿Puedes, por favor, enseñarme el dialecto de mi abuela?» Que, además, es el mismo lenguaje de Dante, es el Evangelio, es aquel hombre en la cruz, es Él, que está aquí conmigo y que me dice: «Fíate Peppino, escribe en conciencia, que ya se me ocurrirá a mí cómo hacer algo bueno con esta carta disparatada».

P.D. A los catequistas absurdos, a los «súper profes», a los sabios buenistas de este mundo hay que recordarles lo que Sergio Leone hacía decir a Clint Eastwood: «Dios no está con nosotros, porque incluso ÉL odia a los imbéciles».

Adiós

Giuseppe

Navidad 2017

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